MI ALDEA
Sentada en el rincón de los ratos muertos,
mi mano vacilante acaricia la pluma mientras
contemplo las horas.
Embriagada, el tiempo se para por un instante
al asomarme al pasado.
Una brisa suave, me transporta al edén de mí
tierra campesina.
A mi cuna hecha de olivo.
A los brazos de serenidad que otorgan el
silencio de estas montañas dormidas.
…Desde el portillo, contemplo la torre de
pinos y la tarde tibia que cae lentamente sobre
la aldea blanca, envolviéndola de una ola de
mágicos recuerdos, que hoy llenan mi espíritu
de tiernos afectos.
Adoraba cada rincón del Sabariego, de
aquellas callejas de piedra y polvo.
Y los inviernos gélidos con ese olor a terrón
mojado, chimenea, encina, pan… El sabor a
migas y leche de cabra, y aquella mecedora de
lona que contempla indolente cómo la lumbre
se retuerce trepidante.
Mis doce primaveras bullían dentro de mis
venas adolescentes,
y mis ojos sólo veían a través del alma.
Un pequeño riachuelo de vieja piedra musgosa
era testigo de mis inquietudes, mientras mi
rostro se perdía en la luz tranquila del agua.
Mis manos buscaban en sus ondas algo, pero
nunca supe qué buscaba.
Pequeñas criaturas huían del fango estancado
donde imprimía las huellas de mis pies
descalzos.
El sol meloso se escondía en mi cara y jugaba
con mi pelo, provocando volcanes de
ansiedades y deseos locos…
Sentía como el rocío de la mañana desnudaba
mis sueños y mis secretos, escondidos
entre aquellas silenciosas piedras.
…Desconectada en la otra orilla del tiempo,
el aleteo de un búho rompe el silencio
y sobresalta mis pensamientos en este solitario
instante donde noto la humedad
de la emoción bajo la penumbra
de la noche de Granada.
@Anif Larom.